septiembre 18, 2008

Tic, toc.

Trato de dar orden (o sentido, yo no sé) al montón de jodidas sonrisas y expresiones de seriedad o de rabia de los últimos días. Me siento como un loco: me detengo a acariciar el musgo de los árboles en los parques y le grito a los automóviles a la menor provocación, me siento a fumar frente a los portones de una vieja casona con el rumor de una fuente y la mar de cantos de pájaros en las ramas, luego me lio a palabrotas y maldiciones con un imbécil que le pega a un perro callejero. Ayer, en el metrobus se me salió decirle a una hermosa mujer que si conocía a Atreyu. "No", respondió contrariada, "entiendo lo que sintió al ver a la princesa". "Ah", dice la chica en cuestión y se cambia de lugar. Supongo que yo haría lo mismo. A veces soy muy tonto (sólo a veces).

Un idiota microbusero, que merece le corten las patas, estuvo a punto de matar a mi madre, afortunadamente (qué subjetiva es la suerte) sólo le rompió una pierna y se dio a la fuga, no entiendo por qué la gente abordo no lo hizo detenerse. Luego veo a mi madre cantándoles a sus canarios y me dan ganas de llorar de felicidad, aunque me pelee con ella cada tanto porque tiene a aquellas dos adorables bolas de plumas enjauladas. Ella dice que deje libre a Mardí. Es evidente que Mardí no duraría cinco minutos en la calle, menos los canarios. Eso de sentirme seguro bajo la frágil pesadez de unos muros me aterra. Sólo siendo esclavo me siento libre. Es la pura y desdichada verdad.

Sigo con esa horrorosa sensación de soledad en el pecho, pero mis amigos llaman, salgo a unos tragos y hay abrazos y risas, voy al trabajo y los niños me reciben con besos o gritos jubilosos. El finde besé por asalto a la de los pies hermosos y ella respondió abriendo los labios como si ya lo esperara, estuve a punto de preguntarle si, justamente, ya lo esperaba pero me calló con un mordisco. Pienso "extraño a... ", el teléfono suena y ahí está, es Dávil, me da risa la increíble coincidencia pero no le digo nada. Davil dice que nos veamos pero no llega a la cita, en su lugar me encuentro con un tipo que me dio una paliza hace años: drogado, en un coche nuevo, con cuatro tipos más. Me grita improperios y yo me quedo lívido con cara de tonto (ya lo dije, a veces soy muy tonto). Vuelvo a casa y mi madre me recibe con un chocolate de coco y cereza.

Tic, toc. La cabeza no deja de martillarme entre tantas caricias y golpes astutos. Trato de entender los hechos: la soledad sigue haciendo su labor de minero en mi pecho y la felicidad sigue hundiendo su peso de lluvia en las grietas que van quedando en mi carne.

Tic, toc, hacen en mi carne y yo no hago sino seguir respirando.

3 vistazos por la ventana:

caracol dijo...

espero que tu mamá no tenga mucho dolor y mejore rápido.

zintitulo dijo...

MALDITO MICROBUSERO!

SALUDITOS,
Z.

TrAvIjE dijo...

Ahora que releo veo que soy bien dramático. En realidad mi madre sólo se hizo un esguince en el dedo meñique del pie izquierdo, y es que el tipo en cuestión casi le pasa por encima, el asunto fue más como aparatoso, a centímetros de cosas fatales. Eso del horror también es bien subjetivo, supongo que por eso nadie le dijo al idiota que se detuviera. Así pues. De todas formas merece que le corten las patas al cabrón.

 
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