agosto 31, 2007

Que hoy es día del blog…

Pues ayer fue día de rascarse el trasero en Kananga e igual a nadie le importó, bueno, no sé en Zaire. Pero rascarse cuando la comezón apremia es bien reconfortante, no importa si hay día para celebrarlo o no. Creo que pasa lo mismo con los blogs.

agosto 30, 2007

T.S. Elliot, revuélcate en tu tumba.

Yergue la negrura

la pronta plenitud de su cadalso,

mas no se arredra

ni se tiende a morir bajo el peso de la aurora;

poco ignora en su mutismo

-en el turbio matiz de su destierro

o en la torva matriz de su misterio-

que la luz no mengua

el trenzado pellejo de su hechura.



Ay, ay, ayayaaay. Qué solemne soy carajo. Este ni el Elliot lo habría podido escribir. Qué chingón soy, no cabe duda.

A qué está condenada la poesía me pregunto siempre, en silencio, y me pongo a pensar en otras cosas. ¿Cómo puedo competir con los amores de María Fernanda, entre comerciales de palmolive y Ah que buena medicina es vitacilina?

“¿Te gusta la poesía?”, pregunta Safo a la seño que vende Fuller por catálogo. “Las ¿POESÍAS? Sí, mucho, no me pierdo el programa de PENSAMIENTOS de estéreo joya”, Ah bueno. “Es que las recita re bonito la Tamara ¿A poco no? Te hacen sentir, ay, re bonito, ay, hasta se le pone a una la piel chinita, ay… si no se crea, yo también escribo mis POESÍAS”.

T.S. Elliot, revuélcate en tu tumba.

Vivan las telenovelas

Llegué a casa y todo era fútbol en la TV. Me puse a ver una telenovela del nueve. Esos guionistas de novelas son unos chingones en toda la extensión de la palabra; qué poder de sinterización, no necesitas haber visto la novela desde el inicio para entenderla.

Personaja A: Roberto Fernando es un interesado y sólo te quiere por el dinero que vamos a heredar.

Personaja B: ¿El de mi abuelo que murió por un paro cardiaco porque el amante de nuestra hermana perdida lo amenazo de muerte?

Personaja A: Si, pero no te olvides del dinero que nos dejó la tía Lucrecia que murió en un extraño accidente.

Personaja B: Claro, por el que me metieron a la cárcel tres años, aunque era inocente, y sólo gracias a la herencia de nuestros papás pudiste sacarme de la cárcel.

Personaja A: Y por eso Roberto Fernando Anastasio es un interesado. Acuérdate que su papá es el jardinero.

Personaja B: Pero yo lo amo con todo mi corazón (aquí hay una excelsa cara compungida) y jamás conoceré ni amaré a nadie más en el mundo y sufriré y moriré de amor si descubro que ¡tú!, María Fernanda Landeros del Monte, mi hermana, tienes razón. Que tienes razón cuando dices que Roberto Fernando Anastasio Rodolfo… ¡Es un interesado! (casi lloro)

Luego me puse a pensar en tipos como Ramos Sucre.

“La miseria nos había reducido a un sótano. Yo sufría a cada paso la censura de mis culpas.

Conserve la satisfacción de no haber ultrajado a mi consorte ni a mis hijos cuando gemían en la oscuridad. El vicio no me negaba a la misericordia.

Enfermaron y murieron de un mal indescifrable, tórpido. Una fiebre, efecto de la vivienda malsana, les suprimió el sentido.

Me he consolado al recordar la agonía del niño superviviente. Se imaginaba con bastante vivacidad el temple de ese día, el primero del año, y señalaba el sol cárdeno y el cielo desnudo. Una figura lo seducía desde un trineo veloz, de campanillas de plata.

Su madre le había descrito una escena parecida antes de abandonarlo en este mundo”.

Qué weba ¿no? Y eso que lo escogí al azar.

Y entiendo perfectamente las cosas ¿quién, en su sano juicio, va a llegar después de una extenuante jornada de ocho horas, más las tres de tráfico ida y vuelta, después de haberse levantado a las cinco de la mañana, haber tragado un tamal de corrida en el pesero, lidiado con el jefe, el (la) esposo (a) los hijos, las cuentas, las dolencias estomacales, etc. a tener la fortaleza de ensuciarse con la brumosa fatalidad de un poeta venido a menos?

Quieres sentarte frente al televisor, quitarte los zapatos húmedos y olvidarte de los hoyos en los calcetines. Qué chingados me importan los cien mil armenios que mataron los turcos, o que las reformas fiscales derivarán en una disminución global del poder adquisitivo per cápita. Pero, dios de mi vida y de mi corazón, que nadie se atreva a hablarme mientras María Fernanda Landeros y Del Monte le dice a su hermana María Mercedes Landeros y Del Monte que Roberto Fernando Anastasio Rodolfo es un interesado. Nadie, ¿me oyen?

agosto 25, 2007

Cuestión de fe

Voy al “5 cero” con Daniel, Fabiola, Maru y el John. La cerveza cuesta muy cara y las meseras son muy feas. Termino en el jardín de Daniel porque el John se va a coger con Fabiola, y Maru detiene un taxi, intempestivamente, y se larga. Hablamos de actuación y un poco de poesía. La cerveza es dura a las seis de la mañana, la cabeza duele, me da vueltas. Enciendo un cigarro, le doy una calada; enciendo otro cigarro, miro el cenicero y tengo dos cigarros. No ha dejado de llover. Me gusta estar con Daniel, me gusta escuchar lo que tiene que decir, me gusta que nos quedemos callados, nos miramos y sabemos que todo está bien. El arte es un acto de amor y todo acto de amor es un acto de fe, leí por algún lado la tarde de ayer; pero Daniel y yo no entendemos eso, porque estamos ahí sentados sin tener ni la mas puta idea de hacia dónde vamos ni porque elegimos hacernos mierda frente a los otros: él sobre un escenario y yo con las estúpidas letras (como si a alguien le importara, además). Luego leímos algunos silogismos de Ciorán en voz alta. Despertamos a las tres de la tarde. A veces me olvido que estoy con él y el se olvida de mí. Estamos tan acostumbrados el uno al otro. Caminamos al metro Taxqueña.

No recuerdo la última vez que desperté a las seis de la mañana y vi al sol salir. Hace tanto no sé llevar una vida normal: levantarme, al trabajo, a la escuela, llegar a casa, dormir. No recuerdo cuando fue la última vez que besé a una mujer, y sentí, en sus labios, sus ojos cerrados, esa consistencia emocional que te apendeja todo y a la que llaman amar. Me voy olvidando de las cosas y el modo de hacerlas. Me voy dejando estar sin la necesidad de necearle a la vida las cosas que no tengo. Y la verdad es que hasta escribir al respecto me causa una modorra poco menos que insoportable, demasiado impertinente en cuanto a lo que fui diez años atrás. Tengo comezón en la espalda, justo en el hueco de los omoplatos y no logro rascarme. La cena hace estragos en mi estómago, aún siento las vísceras calientes y el cuerpo tembloroso por la resaca.

Diez años atrás hubiese despertado sin el menor resabio de duda o cansancio. Hubiese metido mi melena en unas pinzas de mariposa, y habría salido a la calle a reventarme el rostro contra la primera cosa que me pasara por detrás de la frente. Sabía decir cosas que me merecían una cachetada o un beso. Podía levitar por entre los pasos de los otros, zambullirme en su desdén, agitarme hasta ser el tipo tonto y colérico que se daba de frentazos contra los muros del mundo a la menor provocación. Ahora cualquier chavito de dieciocho años se atreve puerilmente a decirme señor; como si tener veintiocho años, y no saber quién eres y no tener un peso en la bolsa y no creer en nada y por lo tanto no esperar nada y no poder saber a dónde ir, me escindiera de su propia condición de post adolescente. Luego todos tienen cosas qué hacer, lugares a dónde ir, cosas básicas para tener los dientes limpios o los sobacos blancos y bien olorosos, la ropita impecable, la piel rozagante y las barbas recortadas; los senos como flores en botón, las caderas intactas, los pasos de semidioses bajo la tarde lluviosa, semidioses con sonrisas estupendas. Me recuerdo a Onetti y su “Bien venido Bob”. Todo es cosa de esperar.

Así que todo es un acto de amor, un acto de fe al cabo. Ve tú a saber. Estoy pensando en el poemario que enviaré al Efraín Huerta, del que seguramente veré el nombre del ganador en el periódico y no será el mío, como ya me ha sucedido más de una docena de veces. Seguiré juntando notas y llamadas de gente que desecha mis textos en las editoriales. Me veré en el espejo con las entradas más profundas, la panza más grande, la piel más seca y apagada. No sé. No me convence este asunto de estar vivo. Pero mañana, siempre mañana. A ver qué pasa. No sé.

agosto 21, 2007

Kiki-San

Kiki-San está sentada frente a mí en el café cercano a la SOGEM. Mira el menú y sus pestañas bailan con la música de sus parpadeos. Kiki-San tiene las pupilas más brillantes que yo haya visto en mi vida. Se ha cortado el cabello: pequeños mechones se niegan a estarse en paz y se alborotan, dándole un aspecto infantil que contrasta con los labios rubicundos y la curvatura del cuello (ya ni hablar de la simiente de los senos sobre la blusa o las piernas entrecruzadas bajo la falda que insinúan a la hermosa mujer que es) especialmente cuando sonríe y se descubre una pequeña obertura entre los dientes blanquísimos, detalle que le da un toque más vistoso a su sonrisa.


Habla despaciosa, casi trémula. Jamás la había escuchado articular frases con tanto cuidado, descarnada, no hay nada que esté de más. Habla de su infancia y escucho y escucho; de algún modo estoy azorado: es otra. Me revela anécdotas que me parecen poco verosímiles de tan tristes, y es que es tan confiada y feliz, tan de pasitos que contagian confort y brillo por doquier. Es una chica luminosa en todo sentido. “Si señor, señorito” dice y agita las manos. “Yo quería desintegrarme, subir al espacio” la voz más confiada, concluyente. “Pero me sentía especial a pesar de todo” termina.


Ya no hay lugares inmaculados, ni recónditos ni cercanos, y ni siquiera los imaginables se salvan del paso del tiempo que todo lo oxida, que todo lo estruja hasta su destrucción. Pero gustamos de los pequeños e inesperados encuentros, de esas fugases revelaciones que nos hacen más concientes de los otros y de nuestra condición espiritual de especie.


Nos levantamos y caminamos a división. “Detesto despedirme de las personas y luego mirar como se van” dice. Esta no es la chica que saludé, hace tiempo, el primer día de clases. Ahora no sé quién es, pero eso me gusta. Adiós, Kiki-San, pero no te olvides que seguimos aquí.

agosto 18, 2007

Los personajes

Fui a unas chelas a "Los personajes" con dos amigos cerca de SOGEM. Era el cumple de un tipo de la Superior de Música. Llegamos y se escuchaba Jazz desde lejos. Entramos.

Bajo el sombrero de mimbre tostado se agitan los cachetes enrojecidos. Se contorsiona el sonido, arriba y abajo, casi chilla el saxofón mientras la batería es doblada en metálicos susurros y el bajista no deja de bailotear con los dedos de las manos. Una chica se mueve envuelta en un rebozo rojo, las líneas de las caderas arriba y abajo, como el saxo, me observa y sonríe alejada, luego la mirada abajo, casi frívola, vuelve a mirarme con cierto desdén. Es una virgen en rojo y me dan ganas de ponerme detrás de ella y tomarla por las caderas, olerle el cabello amarillo y crespo mientras pega sus nalgas a mi cintura. Las chelas cuestan diez varos y lo celebro en brindis, mientras, a nuestro lado, hay una chica con la nariz de Gógol y un par de piernas de chocolate blanco. Giro a la izquierda y veo una pequeña lengua atrapada entre dos labios que no paran de hablar, arriba hay dos ojos con pestañas negrísimas y un ámbar verdoso que se me antoja tan visto ya. Giro a derecha y a izquierda. Piernas, caderas, bustos, dedos, sonrisas, ojos, piel. Como que todos están metidos en sus gestos sensuales, con sus choros ingeniosos, las sonrisas perfectas. Como que hoy nadie quiere dormir solo o sola. Voy al baño a orinar y me veo las ojeras de dos días y veo algo más; vuelvo a mi lugar. Todos aquí son esbeltos, alargados, claros, con poses bien cuidadas, arquetipos de hermosura en toda su expresión. Compruebo que soy el tipo más feo del lugar. Eso no es problema para mí. Tengo ganas de un güisquito con soda tónica. El problema es para la virgen en rojo que me quiero tirar.

Una voz ronca y femenina corea, se crece, baja, susurra, casi gime de placer. El sonido del saxo se la coje en el pequeño tapiado de los músicos. La chica, de piel trigueña y ojos saltones, debe medir uno con cincuenta a lo más, buenas caderas, tetas, cabello a la Joplin; su voz es poderosa y te excita literal y no literariamente hablando. Más cervezas. El saxo me manda un beso, volteo a ver a qué chica iba dirigido pero soy el único, “¿es a mí?”, le digo y se ríe, baja el tapiado. Mi interlocutor no se cansa de halagar a Rimbaud y yo le expongo que prefiero el brindis del bohemio. Se ríe y no sé si es porque cree que bromeo o piensa que soy un redomado imbécil. El colmo fue cuando comenzó a hablarme de un tal “el gran cronopio”. “Oye carnal, yo no sé nada de química”. Le digo, me ve con unos grandes ojos de extrañamiento. “Sí… ¿Estas hablando de alguna clase de microscopio o… no?”. Lo interrogo. Y entonces, afortunadamente, alguien le habló y se fue. Pero su gesto fue maravilloso: no supe si realmente pensaba que yo era un pendejo o si era un pesado con un horroroso sentido del humor.

Ebrio igual que siempre y ni cómo decirlo de otro modo. Una bacha afuera. Los músicos callan y hay salsa. Todos bailan. No puedo dejar de mirar a todas estas mujeres con sus hombres, bailando, moviendo todo lo que hay que mover, mirándose fijo a los ojos, pegándose, toqueteándose disimuladamente. Ya somos menos y debe haber hoteles cerca. La virgen se fue. Me pongo a pensar en como habría de escribir esta anécdota, y lo que más me pesó fue el hecho de no terminarla con el típico cigarro en la cama, después de un gran y estruendoso coito con la virgen de rojo. Pero así es: yo era el tipo más feo del lugar. Creo que la culpa la tuvo mi mono de TV. El subconsciente se pone loco.

Más chelas y uno de mis amigos había ligado desde el primncipio con una chica de rodillas adorables. “¿Me dejas ir?” dice. Pues qué quería que le dijera, ¿Qué no? Y se fue. Ya era tarde, un pequeño grupo fuimos por tacos a pacifico. Dos chicas bellísimas que apenas me obsequiaban gráciles sonrisas, el novio de una de ellas, Daniel y yo. Bachata y los fresones rebeldes a todo volumen. Yo era un mortal entre estas dos visiones del infierno riéndose en la madrugada. Comimos casi en silencio, nos dieron aventón a división y nos despedimos. Intenté hablar con el John pero había apagado el celular. “Yo haría lo mismo”, pensé y caminé con Daniel hasta el tren ligero. Ya había tonos azules por el este del cielo.

agosto 16, 2007

Yo tenía un auto rojo


Yo tenía un coche rojo con guardafangos azules. Era un auto precioso, descapotable, luces de niebla y neumáticos de cara blanca, cláxon de goma. Hermoso como nada en este mundo. No había conductor más orgulloso que yo, metido en mi traje de piloto color blanco, con los bucles al viento, entre la maleza tropical del jardín de mi abuelo.

Hoy encontré las llaves. Y recordé la parrilla rota, las llantas volando, el capó destrozado. Mi niñez a la mierda. Yo tenia un coche bellísimo y alguien lo chocó no sé dónde y jamás lo volví a ver.

agosto 12, 2007

Niños jugando

Tengo sueño, leo y me quedo dormido. Tengo sueño, agarro la bici y salgo a la calle. Quiero comprar una película de quince varos pero no está el tipo del puesto. Me compro una nieve de mamey de tres pesos y me siento junto a la coordinación. Había varios chicos jugando al box en la plaza. El mayor les colocaba los guantes y decía a qué hora empezar a repartir golpes. Cuando veía que los ánimos se calentaban los detenía. Un chico de unos ocho años lloraba, le partieron el labio y todos se reían. “Eres un marica, güero, la pendeja de mi hermana aguanta más que tú”. Le decía el niño que lo había golpeado, más alto y de unos once o doce años. Hubo dos que en serio se hicieron daño, sangre en la camisa blanca, lágrimas de coraje, se trenzan y al piso. El mayor, que hacía las veces de réferi, se desternilla a rabiar. El evento atrajo la mirada de algunos viejos que hablaban, leían el periódico, fumaban. Uno movía las manos como pegándole a una pera, el sombrero caqui de lado, la barba rala y blanca. “Yo fui boxeador en mis tiempos “. Dice. “Cállate pinche, Quiquis, tú nomás eres lengua”. Refuta otro y todos ríen. Esos rostros tan finos, tan bien cuidados, que las mamás adoran besar y abrazar. Y ahí estaban, no eran niños maleados, sólo eran chicos imitando caras y palabras de tipos duros, de esos que ya no hay. Niños jugando. El reloj de la iglesia tintina, lleva tiempo descompuesto, pero las campanas siempre suenan a la hora. Una señora trata de parar a los niños, estos la malorean rodeándola en círculo, hacen voces chillonas, no se dejan agarrar. Ella se altera y les grita cosas con malas palabras. El mayor la abuchea y se va. Todos lo siguen.

agosto 11, 2007

Un olor desagradable


Estoy caminando cerca del metro Hidalgo, voy a visitar a un antiguo amigo, un poeta y editor que me bautizó en el asunto hace ya una década, él debe tener más de setenta años. Quiero saber cuanto cuesta el tiraje de tal y cual cosa. Las calles aledañas al metro siempre están atestadas, sin embargo, poco más lejos todo se calma. Paso frente a la reja de un panteón con tumbas de dos siglos de antigüedad. En la esquina hay una anciana con los pies deformes, usa los tobillos como plantas para caminar, las pantorrillas parecen de la textura de un reptil, carga una muñeca de trapo, flores de plástico, cachivaches de distintos materiales, va tragando con avidez un mango negro, lleva consigo un pequeño perro sarnoso, hiede un olor espeso y asqueroso a un par de metros a su redonda. La rebaso y me detengo en la esquina para leer los letreros de las calles, giro un poco la cabeza y veo a uno que pasa, este da tremenda patada al perro que enseguida chilla como sin aire, la vieja grita un berrido estridente que se confunde con el del animal y da un bolsazo al agresor. “No me chingues marrana porque te mato". La vieja se queda atónita no sé porqué. El uno pasa junto a mí: “¿Qué no tienes madre?”, le digo. Aún no he terminado la frase cuando veo que trae el cierre del pantalón abajo, por ahí asoma el cañón de una pistola. Cómo que me tiembla todo, él se ríe al notar mi cambio de actitud. “Eres un puto”, me espeta con una sonrisa burlona y su rostro cerca del mío. Se va. No sé en qué momento la vieja se acercó, me tomó de la mano y me dio las gracias por defenderla. En realidad yo no había hecho nada, pero, sentir su leve apretón y el desagradable olor que despedia, fue la cosa más reconfortante del mundo. En cuanto al empistolado, espero que alguien le corte el pene muy pronto.

agosto 10, 2007

Sobre la mentira


Estaba leyendo a papi Chejov (si no se gusta de tal adjetivo posesivo lo siento mucho) y decía. “Nunca se debe mentir. El arte tiene esta grandeza particular: no tolera la mentira. Pero seguramente papi era un tipo legal a toda regla, un inmortal. El asunto va a que soy bien mentiroso, así que adiós arte, al fin que ni quería. Pero usualmente siempre descubren mis mentiras. Digo esto porque leí por ahí que la mentira es un asunto de refinamiento social, la mentira, bien aplicada, es un asunto de personas astutas e inteligentes. Y yo soy un mal mentiroso. ¿Será? Pero la mentira me ha hecho pasar buenos ratos, eso sí. Ay la mentira.

Y bueno, una vez le dije a mi jefe del trabajo que era el tipo más atinado que había conocido en mi vida. Eso me hizo ganar una buena peda en el Pompeya con unas tías tremendas, de Europa oriental, con las tetas al aire. Ese hombre era un pendejo prepotente con complejo de guapo, como suelen ser todos los gerentes de una transnacional, al menos los que yo he conocido... la verdad es que es el único con el que me he topado. René, gracias por esa peda.

Cuando tenía algo así como veintitrés años anduve con dos chicas al mismo tiempo. Era cansado, pero la neta qué bien me la pasaba. Ese era asunto como de puzzle: los ojos, los besos, la charla de una, y las piernas, la piel y el olor de otra. Como que juntas hacían que todo fuera perfecto. Además eso de decirle Julia a las dos, y no sé por qué, siempre fue buen artilugio pa que no me descubrieran. Lo siento Yolis, la verdad si te quería. Y bueno Clau, también a ti. (Lo genial es que nadie lee este mugrero)

Miento con mi edad, y me miento en la báscula, jamás soy demasiado gordo, y le miento al espejo cuando me río. Digo a mis amigas que soy el tipo más serio y desinteresado del mundo, pero hay un par con el que me gustaría jugarme una serie de penales, y eso que no detesto el fútbol. Mentiras para no deprimirme, para salir de apuros, para ganar tiempo y dinero, interés. ¿Cómo me ven los otros? Esa franqueza me asusta, así que prefiero mentirme y pensar que soy bien querido y hasta admirado, aunque no haya ningún motivo. No puedo dejar de hacer cualquier cosa: comer, jugar, leer, salir a la calle, embriagarme, hablaryhablaryhablar. No puedo darme un momento de paz en el que mi mente se esté sosiega, porque si sucede ya no puedo mentirme y eso es desastroso. La realidad es apabullante, podría comenzar a darme de topes en la pared o de puñetazos como cuando era un chavito.

Y puede ser que hasta en todo esto sea un vil mentiroso, qué más da. Cómo siempre lo que quiero es que me lean, que me tomen en cuenta, que sepan que soy franco y por eso interesante, único (según) Pero nadie me lee. Así es, papi Chejov, el arte no soporta a la mentira… qué decirte. Yo no soy artista.

agosto 03, 2007

Nada más, como para no enfriar la mano.

Nada más, como para no enfriar la mano, me acuerdo del convite del martes. Yo bien ebrio besándome con una amiga de años y ella échame y échame para atrás, y yo, “diantre shic,ka, tú, que shomosh amigosh, shiempre vamosh a sher… amigosh”, un besito y otro besito. Y una charanda que sabía a llanta de avión después de dos gloriosas botellas de Jack Daniel’s, pero me la tomé. Y qué bien se puso el asunto con una bachita y luego luego con el cruce pues que me duermo. Así. Soñé que mi brazo izquierdo no quería hablarle a mi brazo derecho y yo ponía paz con un asunto medio salomónico de: o se quieren o las corto. Estúpido. Desperté sobre una colchoneta de aire desinflada y con el mantel de una mesa por cobija, con los ojos como dos semáforos fundidos; reseco y solo, no supe ni a qué hora fue la despedida. La cabeza me daba vueltas, con ganas de darle topes a los postes de luz, y me acordé de la charandita de llanta de avión. Bajaba el cerro y los edificios del centro eran lindos mosaiquitos grises bien lejos, lejos, allá abajo, el viento fresco, las señoras a la leche, los perros olisqueándose el culo en las esquinas.

Ya otro día le pregunté a un tipo que si no había hecho desmanes. “Fuiste el borracho más simpático y decente que haya visto en mi vida”. Puta, pensé, sí, bueno ¿soy simpático? cínico sí, impertinente sí, medio pendejo sí, a veces… ¿Simpático? Pinches lagunas mentales. Pero bueno, ahora que me rasco el ombligo y más o menos recuerdo lo que hice esa noche… pues. Llegó un tipo quesque con credenciales de maestría en Londres y yo eructándole mis tacos de suadero en la cara y risa que risa con su amiguita, ella se aguantaba las ganas de mandarme al diablo; lo hubiera hecho, pero el chico Londres ni se daba cuenta o a lo mejor no era su amiga. Luego me puse a bailar esa de “y yo que te deseo a morir” dándole de arrumacos a la amiga vieja y ella, pues nada, aguantándose. Ayer que la vi se encargó de hacerme burla dos horas seguidas, recordándome todo lo simpático y decente que fui, nada más para cobrarme la pena que le dio que anduviera de borracho con ella, eso pienso. Una escultora de esas que no se cansan de hablar de Durero y yo no sé quién chingados es ese compadre y ni me importa, aquel intelectual que me decía que el problema del arte dramático lo había resuelto Stanislavski, “camarada, yo no me meto con rojillos” y que me voy, pero me para “¿qué stanislavskiry no era rojillo? Pues por mi aunque fuera del yunque”, me fui. Al rato llega el john con una chica bien bonita, “que este es el tío del que te platiqué”, le dice y me señala, pues eso no me late, que le anden diciendo cosas a las gentes sobre uno, que ni la debe ni la teme y luego quieran que les recites versitos como si uno fuera gritón de parada, pos… la verdad no más le eché una leve mirada al escote, como que me persigné y me fui por otra charanda.

Pues que la fiesta estaba llena de teatreros, bien modosos y grandilocuentes estilo condechi, eso digo yo, que siendo pueblerino, escucho un goooei y me espanto de tanto, cómo se dice, tanto buen estilo postmoderno bien finolis. Pero por qué le hago al cuento, yo soy igual de pendejo a la hora de hablar. A todos nos gusta que nos vean y que nos escuchen, aunque sólo sean estupideces en un blog. Pero no sólo era el consabido Goei, también esas poses femeninas de meter el pie derecho del lado izquierdo como para no dejarse ver la vagina, como bailarina de valet, y pararse con el hombro de ladito, la mirada entrecerrada que dice “soy bien inteligente y buena onda, soy única”, las manos cruzadas y los dedos hacia arriba bien nice. Pero los teatreros se las gastan para eso. Aquellos tíos con los hombros grandotes y que pueden hacer un salto mortal en diez centímetros con todo y chela. La neta que envidia, sí, la neta. Todos risa que risa, bailoteando, desatados, con charlas bien ingeniosas. Y la verdad es que son muy buen pedo, a pesar de eso y todo, o a lo mejor nada más lo digo por que son la bandita de mi carnal de años. Pero seguro yo ando por ahí con geta de maleante o de guarro pero a la hora de enseñar el cobre soy una nena. Así es esto, todos vemos las pajas ajenas, y es que nos encanta el chisme.

Pues así y con todo y la cruda moral que ya dura una semana, pues como que ya necesito otra. A ver, a ver. Ya es viernes. A ver, a ver.

 
Elegant de BlogMundi