julio 08, 2008

Títere del destino

Mas frío y con los sucesos de las últimas semanas de frente, como lego arrumbado, me muerde una idea la oreja izquierda (sí, mi oreja izquierda es muy cerebral): He tomado muchas decisiones, todos lo hacemos todo el tiempo, otras tantas se han visto subyugadas (decisiones) al tiempo, las personas o el azar.

Uno sopesa las posibilidades, las deficiencias, los escenarios, los tiempos. Se afana la cabeza, los pasos y el tesón en ello. La cosa es conseguir las pequeñas victorias, que, juntas, nos situarán en la sima de un “sueño”.

¿Para qué?

Uno tiene ideas grandiosas y toma decisiones que terminan en la coladera. Por otro lado, hay hábitos, cosas, pequeñas manías que aparecieron no sé cuándo ni a raíz de qué situación detonada por quién sabe qué o quién, que con el tiempo se han vuelto imprescindibles, necesarias, impensable dejarlas. Me acuerdo de una: la poesía.

Una noche veníamos en el auto mi padre, uno de sus amigos y yo. Debí tener unos siete años. Entrábamos a la ciudad y las luces se desperdigaban abajo y lejos, brumosas casi tímidas. “La ciudad parece una nebulosa espacial”, dije. El amigo de mi padre me miró, “Eso es una metáfora”, dijo. Yo me asombré de esa palabra, sonaba tan compacta, tan poderosa, tan difícil de asir. Y yo que pensaba que de grande sería diputado terminé haciendo poemas cursis para las novias que nunca tuve.

¿Para qué?

Cómo te salta el destino en el rostro, cómo se cuela, qué imagen, qué palabra, qué paso, qué suceso lo transforma todo.

¿Para qué?

A veces resulta que el proceso de causas y efectos nos va llevando de la mano como a niños lerdos. Pienso en todas las más grandes, importantes, delicadas, trascendentales decisiones de mi vida, todas han sucumbido ante el peso del destino (causa efecto), tanto que me pregunto qué cosa he hecho con la verdadera liviandad del libre albedrío.

Y es irónico que, con todo esto, me sienta feliz o satisfecho con algunas cosas y que tenga el impulso de ir siempre por más. Recuerdo lo que le dije a Davil una noche: Escapé de todo y caí en un lugar donde no puedo fracasar simplemente porque sería imposible. Y lo dije con tal convencimiento no porque yo fuera una gran mente universal sino porque sencillamente soy un títere del destino. No importa qué tan mal marche todo, al final siempre el final: habrá un final.

(Estar solo me resulta incomodo porque parloteo demasiado conmigo mismo y esto es lo que resulta)

4 vistazos por la ventana:

Coquelicot dijo...

veamonos!!! viernes, sábado, domingo,lunes. dime cuando. te envié un nensaje pero tal vez ya no es tu cel, mandame un mensje tú y dime que eres tú y veamonos.

besos

y este post me pone en mi sitio, yo también soy un títere, un feo títere de ttrapo

besos

Coquelicot dijo...

oiga,

SI

teatro SIEMPRE dispuesta (y mira que despuès de saber que Pinoccio y yo tenemos tanto en común)

El domingo non posible (por fin me llevan a las luchas)

lo quiero de amor apache

besos

Coquelicot dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Aire dijo...

Justo platicaba con uno d mis BFF (ja!, si.. perdon) de eso, y la conclusión fue tonta pero me gustó: "Seremos títeres y tendremos un destino, pero las cosas que nos salen, nos salen porque nos importan" Y si, algo que importa, se abre!
BeSoS!

 
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