Tu nombre tenía una M y una I (Tantos nombres con una M y una I). Tus ojos de muñequita de manga me miraban mientras el tiempo se echaba atrás en tu imagen, pasaste de ser la mujer del semblante dolido y rejuveneciste hasta el gesto de lolita arrogante, con el lunar en el mentón, el cabello brillante bajando los hombros, el rostro que me daba la espalda para mirar por el ventanal hacia el puente, la falda plisada, las botitas y los calentadores de colores estridentes, las piernas hermosas, las ante rodillas más adorables del universo, la luz metiéndose hasta las fibras mas endurecidas de mi pecho, oscureciéndolo todo, reduciéndome a la infanta virtud de la fragilidad (OdIo lA fRaGiLiDaD). Luego el llanto imparable. Despierto, tengo el rostro húmedo de tanto llorar.
¿Quién eres?
Salgo a la calle y tus pasos de ser alguien me llaman, avanzo, tropiezo con un viejo, te alcanzo, te miro, te asusta mi premura, pero no eres tú, sólo es tu cabello. Subo al metro y estás sentada y tu rostro se mueve sujeto al vaivén del vagón. Ando despacio, quiero que seas, despacio, la luz después del túnel trasluce un mechón que cae por tu mejilla, despacio, quiero que seas tú, alguien cruza y me oculta tu silueta, desespero, se desocupa el lugar junto a ti, me siento, despacio, no quiero voltear, quiero que seas tú, tiemblo y las lágrimas casi me traicionan, giro, despacio, entramos al túnel, giro, despacio, el sonido estridente del vagón, giro, tu silueta, miro, despacio, las líneas, el mechón, miro, despacio... y no eres tú.
¿Quién eres?
Tengo esta inmensa sensación de soledad, y pensaba que era cósmica (patética presunción), pero es de ti (soy un cursi de mierda). En el sueño nos abrazamos, te aprieto y, en el acto, mi pecho es un aluvión de planetas que se colapsan para dar paso al paraíso, pero el paraíso sólo es una pompa de jabón, que al reventarse crea el más poderoso y desolador hoyo negro de todo el universo en mi pecho. Me dueles. Lloramos como niños ante la muerte, lloramos porque jamás nos volveremos a ver, pero no te conozco, lloramos por la intemporalidad que aprendí hoy y tú te marchas para siempre sin haber llegado.
¿Quién eres?
Estoy frente al templo, son las siete de la mañana, entro, me arrodillo. La cabeza me da vueltas, la frente me duele, traigo el último trago en la bolsa de la chamarra militar; una vieja se acerca y me ofrece su Biblia, quiero llorar y soporto el golpe en la garganta y no me dejo, porque no lo merezco. Me río de los cantos, me miran. Quiero dormir para volver a verte. La noche fue un trajín de rostros y malas palabras, tontas canciones de amor a tu nombre desconocido de M e I. A la salida el pastor me saluda y me da la bienvenida. Tengo vergüenza, no lo miro al rostro. Quiero que seas Dios omnipresente y me mires, pero tengo vergüenza. Salgo a la plaza y me voy al volcán apagado, te sigo y tú siempre tras de mi. Te sigo sin alcanzarte y tú siempre, siempre, siempre tras de mí. Y quiero alcanzarte.
¿Quién eres?