agosto 12, 2007

Niños jugando

Tengo sueño, leo y me quedo dormido. Tengo sueño, agarro la bici y salgo a la calle. Quiero comprar una película de quince varos pero no está el tipo del puesto. Me compro una nieve de mamey de tres pesos y me siento junto a la coordinación. Había varios chicos jugando al box en la plaza. El mayor les colocaba los guantes y decía a qué hora empezar a repartir golpes. Cuando veía que los ánimos se calentaban los detenía. Un chico de unos ocho años lloraba, le partieron el labio y todos se reían. “Eres un marica, güero, la pendeja de mi hermana aguanta más que tú”. Le decía el niño que lo había golpeado, más alto y de unos once o doce años. Hubo dos que en serio se hicieron daño, sangre en la camisa blanca, lágrimas de coraje, se trenzan y al piso. El mayor, que hacía las veces de réferi, se desternilla a rabiar. El evento atrajo la mirada de algunos viejos que hablaban, leían el periódico, fumaban. Uno movía las manos como pegándole a una pera, el sombrero caqui de lado, la barba rala y blanca. “Yo fui boxeador en mis tiempos “. Dice. “Cállate pinche, Quiquis, tú nomás eres lengua”. Refuta otro y todos ríen. Esos rostros tan finos, tan bien cuidados, que las mamás adoran besar y abrazar. Y ahí estaban, no eran niños maleados, sólo eran chicos imitando caras y palabras de tipos duros, de esos que ya no hay. Niños jugando. El reloj de la iglesia tintina, lleva tiempo descompuesto, pero las campanas siempre suenan a la hora. Una señora trata de parar a los niños, estos la malorean rodeándola en círculo, hacen voces chillonas, no se dejan agarrar. Ella se altera y les grita cosas con malas palabras. El mayor la abuchea y se va. Todos lo siguen.

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