septiembre 02, 2007

Quince años.

Llego a casa después de la fiesta. Aquí está la mitad de mi familia, no sé quién es la mitad de ellos. Brindis aquí y allá. Festejamos a una niña que cumplió quince años. Es una niña preciosa, con una pequeña cintura y unas tetas de chica de veinticinco años pero tiene solamente quince. Sus ojos viven detrás del gran peinado y la piel bronceada, las clavículas bailan. El sonido de su vestido no deja de sisear aquí y allá. Yo tengo veintiocho años, ella tiene quince pero es una pequeña mujer hermosa. No hago nada más que mirarla. Camina aquí y allá, sonríe, no sabe que la miro, bromea, se cansa de ser ella sola, de andar bajo su dermis de adolescente, pero yo no dejo de mirarla como una mujer. Escribo esto, estoy ebrio, escribo y estoy ebrio. No me importa nada, sólo mirarla contoneándose con su vestido de nueva mujer, con su gran bonanza sobre los ojos de todos los que la rodeamos. No deja de ser una niña hermosa y yo no puedo dejar de mirarla. Brindo yo también, brindo y todo gira, todo se va y somos otros, pero ella no deja de ser la pequeña ninfa salteando los ojos de todos los que la observan. No puedo dejar de mirarla, ella, ella no puede dejar de ser y yo no se lo reprocho, sólo la miro.

2 vistazos por la ventana:

TrAvIjE dijo...

Neta, está hermosa y yo sigo ebrio, pero está hermosa.

Manuel dijo...

Y que son las mujeres sino nuestra causa e inspiración, brindemos por ellas.

Saludos

 
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