septiembre 07, 2007

Y Yuni no salió

Pasa que alguien oprime un interruptor sin saberlo, pasa que una imagen viene a la cabeza, pasa que esa imagen trae consigo otra y juntas son los recuerdos (qué trillado) Entonces me veo frente a la casa de Yuni con una pinche guitarra desafinada, hiposo y mal parado cantando tontas canciones de amor. Pero Yuni no sale.

Y son las once de la noche, y John me invita una cerveza y llega Geovas, y al rato aparece Tavo y Oscar. Y debo llegar a hacer trabajo. Y no sé cómo vamos por la carretera escuchando a Bach seguido de Juanga, luego Caruso seguido de la Durcal. Eso sí es música chingao. Y serenata a la novia del john, el padre de Leti nos corre entre maldiciones. De alguna parte salió Daniel con una moto y un jardín bastante acogedor. Ya vamos con José Alfredo y Karl Orff. Nos detenemos frente a la casa de la ex de quién sabe quien y le grito que la amo y quién sabe quien pone cara de borracho furioso y quién sabe quien me quiere golpear pero termina vomitando. Estoy cansado de esto, estoy agotado de no poder recomponer el paso y estarme quieto como la gente decente. John habla de García Márquez y le tiro el libro por la ventanilla; a mi que chingados me importa ese, John frena y por su amistad tengo que salir a recoger el estúpido libro del estúpido amor en los tiempos del cólera, y me acuerdo de G. Ca-ín, el autorretrato, las cosas pendientes. Y regreso y me da otra cerveza, pone a Delgadillo y le cambio a unas norteñas. Estamos frente a la casa de Yuni, me duelen las rodillas y no sé porque me viene a la cabeza otra vez G. Ca-ín: Libertad, cuántos tangos se comenten en tu nombre. Pero esta nostalgia de Yuni no llega ni a PENSAMIENTO de Estéreo Joya. Y ya había dicho que Yuni no sale. La calle es estrecha y de alguna parte se oye un grandioso y cascado: ya déjenme dormir pinches borrachos, yo soy el chile de esa vieja. Arde Troya bajo mi ridículo paladar y le suelto un siseante: ¡tu madre, pendejo! Se ríe ahogadamente y canta amorsito corazón y no vuelve a molestar. Y reniego de mi pueblo y de la calle, y de la pinche guitarra desafinada, y de mi poca y pobre voluntad, y de los ebrios que me acompañan, y de Daniel dormido en el asiento trasero, -¿y la moto? Y no sé- y grito: Yuuuuniii, y pero Yuni no aparece. Y meto la estúpida guitarra a la estúpida cajuela y en eso sale la abuela de Yuni, y regaña a todo mundo, y pero yo me quedo escondido tras la cajuela abierta. Eres un zacatón digo y me dicen pero tampoco me importa. Y mejor que no me vea.

Nadie se da cuenta cuando enciende ese interruptor. Estoy acostado dando vueltas, me acuerdo de los labios de Yuni, del lunar en los labios de Yuni, ese sabor dulzón de su lengua, los ojos entrecerrados. Yuni. Los pinches pájaros no me dejan dormir. Quiero levantarme e ir al trabajo que no tengo, desayunar hotcakes como ayer. Yuni. Escuchar a mis padres conversando, salir en la bici a ver a los niños boxeadores de la plaza. Yuni. O al gritón de la parada que se parece a Alonso Quijano. Yuni, nadie sabe cómo apagar ese interruptor. Y Alonso recita tontos poemas de amor. Yuni. En el micro por unos pesos. Yuni. Quiero volver a casa y sentarme en las escaleras de la entrada a acariciar a Galil. Pero estiro los dedos de los pies y las sábanas me molestan, tengo la boca amarga y estoy solo. Y no sé porque me acuerdo de Zita y ya ni la veo y de los días que andaba en el Espartaco y Yuni no salió y de la primera vez que la vi a la Yuni en su fiesta de quince años. Yo ya tenía veintiún años. Y Yuni no salió. Pero no pude dejar de amarla, bah, bla. Amarla a la Yuni la y no la salió la.

 
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